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Revertir lo inevitable
Señor director:
Se diga lo que se diga, el mundo camina hacia una dictadura global. Tratarán de disfrazarla de mil maneras y nosotros, los tontos de siempre, trataremos de justificarlo todo con tal de defender la tan costosa y miserable “comodidad” que nos sofoca. Las personas afectadas no pueden creer que sea verdad lo que les ha ocurrido a sus parientes y a ellas mismas. En estos casos, la pregunta más frecuente suele ser: “Si en verdad Dios existe, ¿por qué permite todo esto?” En la formulación de esta pregunta hay una tácita reivindicación de inocencia pero, ¿somos tan miopes para no ver que todo lo anómalo que ocurre es consecuencia de nuestra conducta negligente? ¿Qué nos hace creer que somos inocentes? Sería más apropiado preguntar: ¿Qué hemos hecho los humanos para que nos ocurra esto?
Las secuelas del covid-19 son enormes porque se dan en un tiempo marcado por varias crisis y problemas preexistentes. La pandemia pone a prueba nuestra forma de vida. Es perentorio reconocer la nueva realidad. Cada grupo, movimiento político o religioso, nación o Estado conforma una masa crítica constituida de pensamientos, fluidos y deseos de la totalidad de sus miembros. Ante el indiscutible dramatismo de las calamidades actuales, toca entender que lo menos adecuado es subestimar las leyes naturales y no saber que nosotros somos los causantes. La naturaleza, la vida en el planeta, está regulada por la ley de causa y efecto, la cual sanciona severamente todo tipo de infracciones. La mayoría de la gente no toma en cuenta la ley de causa y efecto o ley del karma, según la cual, toda actividad contraria a las leyes naturales provoca reacciones negativas en cadena. El resultado está a la vista.
Tarde o temprano nos daremos cuenta de que la causa de todos los problemas es una colectiva anemia espiritual. La sociedad actual está tan degradada o poco iluminada, que su cultura simplemente se reduce a estimular las tendencias instintivas de la gente. El vacío de conocimiento profundo acerca del real propósito de la vida humana (la autorrealización), contribuye a que los educadores y padres de familia induzcan a las nuevas generaciones a prepararse para “triunfar” materialmente en la vida, y, puesto que para ello hay que emplear engaños y violencia, acaban por destruir la parte más noble del carácter de los chicos. Esta es la raíz principal de todos los problemas y desgracias que estamos enfrentando. A la pregunta de “¿cómo sacar partido de la precaria situación en que nos encontramos?”, se podría responder algo como esto: Desmantelando la pretensión soberbia de ser dioses, y cultivando el conocimiento que nos haga comprender la verdadera naturaleza de las cosas. Hemos cometido demasiados errores. La cordura es la última carta que nos queda. Si ésta desaparece, ¿qué futuro nos aguarda?
Lucas Santaella