Señor director:
Estos años pasarán a la historia como la época del engaño y el desgaste cultural. Cabe preguntarse si con tantas irregularidades juntas la humanidad podrá sobrevivir. La constante histórica del siglo pasado fue de reiterada y sistemática amoralidad. Una extensa variedad de horrores jalonaron, década tras década, a la centuria que trajo consigo dos guerras mundiales, una brutal escalada terrorista, incontables abusos, secuestros y masacres, y todo tipo de desgracias tremebundas que se fueron disparando en el siglo XXI.
El siglo de los genocidios comenzó con el exterminio del pueblo herero, en Namibia, y concluyó con la limpieza étnica de Kosovo. Entre ellos sobresalen el genocidio armenio (1914-1915), el Holocausto (1933-1945) en Alemania, el de los jemeres rojos en Camboya (1975-1979) y el de los hutus en Ruanda (1994). De todos, Auschwitz sigue siendo el símbolo del exterminio masivo por motivos étnicos, religiosos e ideológicos.
Ideologías y creencias, odios nacionales, y ansias de un bienestar utópico, transformaron a los humanos en bestias asesinas.
El notable desarrollo tecnológico sólo ha servido para agudizar la barbarie. Los adelantos de la ciencia intencionalmente aplicados a la destrucción masiva, han contribuido a sembrar la discordia en el siglo pasado y la incertidumbre total en el presente siglo. La misma crueldad e inhumanidad que, por razones obvias deberíamos haber suprimido hace tiempo, no sólo se extendió hasta el final del siglo XX sino que parece haber tomado un redoblado auge en los últimos tiempos.
¿Qué es lo que hace al individuo ser tan brutalmente agresivo contra sus semejantes teniendo acceso, hoy más que nunca, a formas de vida dignas, prósperas y brillantes? Actualmente la humanidad cuenta con suficientes elementos de juicio como para optimizar su evolución integral de una manera ágil y rotunda. ¿Por qué se ve inducida a actuar de manera tan perversa? Para responder esta pregunta habrá que reconocer que la confusión reina por doquier como parte de una progresiva decadencia.
En un mundo a la deriva sin orillas, lo peor que puede ocurrir no es la muerte, sino acostumbrarse a convivir con las graves ignominias que ocurren a diario sin asquearse, o incurriendo en secundarlas. La crasa ignorancia nos hace ser ingenuos y adoptar posturas contradictorias en la vida.
Desprovistos de genuino conocimiento espiritual (el cual no se enseña en los colegios, e incluso algunos ridiculizan a quienes lo cultivan), la humanidad desinformada y mal dirigida por depravados líderes desaprensivos, da reiteradamente la espalda a Dios y crea un espacio de sombra –como cuando se da la espalda al Sol– donde permanece atrapada cometiendo errores, privada de la capacidad de ver las cosas en su justa perspectiva.
Lucas Santaella