Hojas Sueltas. Memoria y olvido

Ballpoint pen attached to blank loose-leaf paper placed on wooden table

Por: Sergio A. Rossi

Tras una erupción volcánica, un tsunami, una inundación o una gran explosión por accidente producido por el hombre, las poblaciones afectadas quedan conmocionadas. Impactadas por el fenómeno y por sus consecuencias esas sociedades cambian sus hábitos, estremecidas por el recuerdo infausto.
Expertos en sociología de las catástrofes señalan que tras cinco o seis años esas mismas poblaciones retoman su ritmo de vida anterior, olvidando la vivencia que las traumatizó. Sería un mecanismo de negación social atávico de nuestra especie, una suerte de olvidar lo malo para no quedar paralizados, para no quedar prisioneros del temor bajo el agobio aplastante de un recuerdo pesaroso. Una herramienta evolutiva que habría permitido a las comunidades de homínidos empezar de nuevo con ánimo despejado, aún a costa de perder alguna experiencia colectiva. Una renovación emocional que, como pequeña contrapartida, la horda paga borrando una cuota de racionalidad y estadística de su propia memoria social.
Para evitar ese olvido, en “países serios» como el Reino de Holanda enseñan, advierten y machacan, cotidianamente y por siglos, sobre la fragilidad de los diques de los que depende su existencia. Para no acostumbrarse, para no dormirse, para estar siempre alertas.
Quizás esta pauta de conducta de los monos antropoides que somos tenga su equivalencia o su correlato ante las catástrofes políticas. Y quizás lo que a veces parece una suficiencia presuntuosa en el desprecio y la ignorancia por la historia no sea mera imbecilidad, sino parte de aquel mecanismo negador. Cultivar la memoria histórica equivaldría a esa concientización que despliegan los holandeses. Allí resultaría criminal cierto tipo de periodista picasesos que fomenta el individualismo. Sería un reputado estúpido, de potencial criminal, un ciudadano que dijera «yo no le debo nada a nadie, todo me lo gano solo y no dependo de la historia, del esfuerzo ni del destino de la comunidad», comunidad que concibió, construyó y mantiene los diques. O al menos tendría que volverse un avezado nadador en aguas frías, procelosas y turbulentas.