La gestión de la pandemia implica restricciones y cuarentenas que generan aislamiento social. Se ha visto que este distanciamiento genera malestar psicológico y estrés en muchas personas, dado que somos una especie social que de manera instintiva busca estar con otros individuos. Además, también se ha propuesto que el aislamiento social puede influir de manera indirecta en muchos otros procesos biológicos.
Según un estudio publicado la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences”, una de las múltiples consecuencias del aislamiento es la disminución del contacto que tenemos con los microorganismos del entorno. Esto puede favorecer que disminuya la eficiencia del sistema inmunitario, lo que haría que fuéramos más susceptibles a otras infecciones, y también podría alterar el desarrollo del cerebro.
El sistema inmunitario se va adaptando durante toda la vida a los patógenos que hay en el ambiente, pero las épocas en que el proceso de maduración es más importante son la infancia y la adolescencia. El contacto con otros niños y adolescentes, y también con adultos que no son del entorno familiar cercano, incrementa el repertorio de microorganismos con los que entran en contacto, la mayor parte de veces sin que los provoquen enfermedad. Por lo tanto, si el aislamiento social se prolonga en el tiempo, podría aumentar la incidencia de otras enfermedades por una disminución de la eficiencia de reconocimiento del sistema inmunitario.
De manera similar, se sabe que el cerebro también madura influido por determinados microorganismos, como los que forman parte de la microbiota intestinal. Se ha visto que una microbiota intestinal equilibrada favorece un mejor funcionamiento del cerebro y una maduración más idónea de la misma durante la infancia y la adolescencia.
En este contexto, advierten del posible impacto que puede tener la reducción de la exposición al mundo microbiano exterior sobre lo que ellos llaman “la generación cuarentena”, que dependerá de la duración del aislamiento social y de la fase de desarrollo de cada persona.
(*) David Bueno – Dr. en Biología. Genetista