David Bueno
Todo el mundo –o casi todo– acepta que somos tetrápodos y que venimos de los primates sociales y anteriormente de los reptiles. Pero a muchas personas les cuesta creer que sus predecesores fósiles eran peces como los celacantos o los peces pulmonados. Y, sin embargo, nos seguimos pareciendo mucho a los peces. Compartimos muchas de sus características, como las mandíbulas, por ejemplo. Nuestros brazos y piernas son, simplemente, aletas modificadas que terminan en dedos. La mayoría de los científicos está de acuerdo en señalar al pez pulmonado como el pariente vivo más cercano a todos los tetrápodos en general, y aquí se incluye a los anfibios, a los reptiles, a las aves y a los mamíferos –entre los que estamos incluidos–.
Esta historia empezó hace unos 300 millones de años, cuando una clase de peces pulmonados decidió salir del mar y afincarse en tierra. En realidad, los tetrápodos eran peces bastante discapacitados por sus extremidades, ya que no podían nadar de forma eficaz como los otros. Se arrastraban por el barro y eran una presa fácil de los grandes ejemplares que vivían en el agua con ellos. Por ello, es más correcto imaginarse a los tetrápodos escapando del agua en lugar de conquistando la tierra. Se fueron porque no les convenía el entorno al que estaban acostumbrados.
A mis amigos emprendedores les pongo, a menudo, el ejemplo de la voluntad de cambio de los peces pulmonados cuando vieron que su entorno no les podía cobijar con posibilidades de sobrevivir. “Estos peces –les digo– no dudaron en cambiar de profesión y sitio cuando vieron que las cosas les iban mal. ¿Por qué no hacer lo mismo, en condiciones parecidas?”.
Cambiar de lugar y de profesión no sólo será muy importante en el mundo multidisciplinar que estamos anticipando, sino que también lo fue en el pasado. Es fascinante descubrir que el cerebro nació, precisamente, para permitir a las larvas de los tunicados encontrar el lugar adecuado donde iban a fijar su residencia en su etapa de adultos. Aquel antecesor de nuestro cerebro les permitió orientarse en el espacio para vivir una vida adulta sin moverse. Una vez instalados en la seguridad del lugar elegido, absorbían su propio cerebro porque ya no lo necesitaban. Mucha gente y, sobre todo, muchos funcionarios se comportan de forma similar a los tunicados. Una vez instalados en la seguridad, se diría que absorben su cerebro y dejan de pensar en otras posibilidades de innovar. Esta actitud es peligrosa para ellos mismos y para el colectivo en el que están insertados.
¿Cuáles son las razones del éxito en términos evolutivos? Es peligroso responder a esta pregunta, sin antes haber definido el éxito. ¿Consiste el éxito en la pura supervivencia o en profundizar en la diversidad de conocimientos y escenarios para ser capaz de sobrevivir en más de un entorno? Una posible respuesta sería que el éxito es la supervivencia. Pero el celacanto ha sobrevivido millones de años y sólo quedan una o dos especies de celacantos. Lo mismo sucede con la babosa de mar. La falta de diversidad los hace muy vulnerables y, por ello, lo increíble no es que los celacantos puedan sobrevivir, sino que hayan sobrevivido. No han tenido éxito, sino que, simplemente, han sobrevivido.
Las grandes extinciones ocurridas a lo largo de millones de años sugieren que nuestra presencia aquí es temporal, como la de cualquier especie que haya existido antes de nosotros. La extinción es para siempre, no hay nada que pueda regresar. Pero la desaparición se puede retrasar cambiando de oficio o de lugar. Garantizándonos una mayor diversidad.