Hojas Sueltas. Alimentos

Por Esther Vivas

Uno de los “mantras” más repetidos es que la agricultura industrial e intensiva, con su alta productividad, puede acabar con el hambre. De hecho, en la actualidad, en el mundo hay comida para 17.000 millones de personas, y en el planeta somos 7.800 millones… ¡pero casi 1.000 millones pasan hambre! El escenario ya era bastante desolador antes de la pandemia de coronavirus.
En 2019, cerca de 650 millones de personas pasaban hambre en todo el globo. Una cifra que quedaba demasiado lejos del segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), que apuntaba a erradicar la inseguridad alimentaria para 2030, mejorar la nutrición y promover una agricultura sostenible. El covid-19 ha supuesto un enorme traspié que ha alejado más aún esta meta.
El último año, se sumaron a la lista del hambre, al menos, otros 118 millones de personas. El más importante informe sobre la materia, titulado “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2021” (SOFI, por sus siglas en inglés), publicado hace dos meses por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS), estima que a finales del año pasado entre 720 y 811 millones de personas se levantaban sin saber si iban a comer ese día.
No debería haber nadie sin comer. La realidad, en cambio, es bien distinta: uno de cada ocho habitantes en el mundo pasan hambre. Comida hay, y mucha, pero no acaba en nuestros estómagos… solo en los de aquellos que se lo pueden permitir.
Más comida no significa poder comer. Los alimentos en el sistema agroalimentario se han convertido en una mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en manos de unas pocas empresas del agronegocio y los supermercados que han convertido el derecho a la alimentación en un privilegio. No tenemos un problema de falta de producción o superpoblación, sino de democracia, de acceso a los alimentos.
Y cuando nos hablan de eficiencia… ¿qué eficiencia? La de un sistema que desperdicia anualmente, según datos de la FAO, un tercio de la comida que produce para consumo humano: un total de 1.300 millones de toneladas. ¿Alimentos para comer o tirar? He aquí la cuestión. La agroindustria es al negocio del hambre, lo que la banca es al negocio de la pobreza.