Somos una especie social abocada a un confinamiento obligado y necesario. El círculo social de contactos presenciales se ha reducido drásticamente. Y esto tiene consecuencias para el cerebro que debemos tener presentes. No hay demasiados estudios que hayan analizado situaciones como la actual. Los trabajos de que se dispone han analizado los efectos mentales y cerebrales del aislamiento en soledad a largo plazo, mayoritariamente en presos, y en expediciones de varios meses de duración realizadas por grupos muy reducidos de personas, como por ejemplo una a la Antártida el año pasado, en la que se hizo un seguimiento de la actividad cerebral de sus miembros.
En todos los casos, el primer efecto y el más destacable es un incremento del estrés. El estrés es una reacción fisiológica y mental ante una situación que percibimos como una amenaza. En el confinamiento actual esta amenaza toma diversas formas: sanitarias, laborales y, también, sociales, al no estar en contacto directo con nuestro entorno. Las redes sociales pueden disminuir esta última carga, pero no lo eliminan por completo. Este estrés prolongado provoca, a su vez, una disminución de la capacidad de memoria y desorientación espacial, y afecta el comportamiento.
El efecto sobre el comportamiento, sin embargo, depende del temperamento de cada uno y del entorno concreto, por un efecto de contagio. Hay personas a las que provoca una cierta sobreexcitación, a otros tristeza, abatimiento e incluso depresión. En el aspecto molecular se han identificado cambios en algunas proteínas cerebrales, como una llamada BDNF, la función es potenciar las conexiones neuronales implicadas en la motivación y la sensación de optimismo.
Estos efectos se ven potenciados por alteraciones en el ritmo circadiano. Este ritmo, que tiene una base genética y neuronal, permite que el cerebro se anticipe de forma preconsciente a la rutina diaria.
Por lo tanto, una de las formas de disminuir la incidencia de estos efectos es manteniendo una buena rutina, tan similar como sea posible a la que teníamos antes. Sin rutina, la sensación preconsciente de amenaza se incrementa, y con ella, el estrés y todos los efectos negativos que lleva asociados. Otra manera es mantenernos mentalmente y físicamente tan activo.
(*) David Bueno, (Doctor en Biología y Genetista)