Bautizarán Carlos González Cardozo a una calle

Carlos, en una de las últimas funciones con la murge Manso Guachaso. Otra actividad que sumó en su visa.(Foto Vanesa Zapata)

El periodista oriental que ejerció su profesión en esta ciudad será recordado en una calle. Pionero de proyectos de comunicación y de innumerables propuestas artísticas, Carlos fue un personaje de Concepción del Uruguay.

Por Gerardo Iglesias

Las calles comunican. Nos permiten encontrarnos, nos acomodan la búsqueda, nos guían por donde vamos, buscando lo que nos hace bien. O, solamente, buscando, como andamos en la vida siempre. Buscando. Como anduvo Carlos Ariel González Cardozo. El Uruguayo, el oriental amigo de los medios que llegó a Concepción cuando despuntaban los 80’, con los medios sintiendo las patas del milicaje. Y se quedó, tras ir y venir, se quedó entre nosotros hasta para morir. Y en un Hospital público, como última rebeldía de cierta coherencia hoy perdida entre todos los que andamos en esto de informar a partir de nuestros parecer, ideas y ambiciones.
El pasado jueves se conoció que el Concejo Deliberante de Concepción del Uruguay aprobó la ordenanza para que Carlos Ariel le ponga su nombre a una calle de la ciudad, a partir de un proyecto de la Asociación de Periodistas del Departamento Uruguay. Y sería el mejor homenaje si esa calle fuera de tierra, en un barrio popular, de esos que supo caminar siempre, abriendo micrófonos o el papel y la birome para contar historias, que siempre le gustaban.
Un par de generaciones trabajaron con él en los medios de comunicación de Concepción y dejó impronta, giros, aprendizajes. Siempre tuvo claro que cuando el micrófono se lanzaba en búsqueda de las radios, la información era primordial, información pura. Algunos son opinadores, analistas, críticos. El Uruguayo era todo eso con la rara habilidad de colar la información, el dato que a la vecina que aprontaba “la chismosa” para ir al almacén le caía justo. Porque era sabedor de las miserias y los sueños de la gente sencilla. No lo encandilaron “las luces del estadio”, al contrario, intentó encenderlas para todos en los lugares donde estuvo, a veces lo logró a veces no.
Estuvo al frente, o motorizó, diferentes proyectos comunicacionales como la modernidad llama hoy a diarios, revistas, semanarios, programas de radio y de televisión. De hecho, en la TV fue uno de los pioneros con aquel viejo VideoImagen, que abrió el camino de las cámaras televisivas en Concepción, permitiendo además que los locales se animaran a hacer televisión desde acá, con todo lo que ello significaba, con la potencia simbólica que tenía en esos momentos, que termina en los tiempos de hoy, donde la producciones uruguayenses realizadas en el canal local, en el canal de la Universidad Nacional de Entre Ríos y en otras tantas, muestran calidad y cuidado.
Pero todas estas aristas profesionales, que mortales con seriedad, comprometidos y ordenados, pueden lograr, eran superadas por el impecable y fino humor, agudo, rápido. A eso le sumaba una cultura amplia, universal y hasta académica, que quedaban sepultadas en el peso de la popular, que llevaba y comprendía como pocos y defendía, multiplicándola desde donde pudiera.
Jugamos fútbol hasta que su enfermedad pudo más. Se calentaba en la cancha y se olvidaba al toque fuera de ella, cuando la cerveza suplantaba a la redonda y las discusiones daban paso a las charlas de ahora y de antes.
En los tantos regresos a casa que compartimos, traía al recuerdo la marcha de Sampayo huyendo de la dictadura por campos de Paysandú y dejando bolsitas de comida escondidas, por las dudas, en diferentes lugares, el Pepe Guerra, Obdulio, el Pepe Mugica y, sabedor de mi eterno amor por Zitarrosa, siempre me chicaneaba conque lo había visto varias veces, que lo había entrevistado, “estuve con el en….” Para después soltar la carcajada casi respetuosa al ver mi cara de envidia. Era un compendio de uruguayo, con esa carga de ética y compromiso de los orientales y de Concepción, porque en su paso por estos lados conoció todos sus rincones. Con su compañera Teresita, con sus hijos Carlos Ariel y Jorge, bancando siempre, hasta donde no se podía bancar. Y más.
En los últimos tiempos, los amigos en las buenas lo tenían abandonado y no le molestaba. Se la bancó, conocedor de las reglas del juego. Se fue pal lado de la murga oriental con Manso Guachazo, cumpliendo su sueño de subirse a un tablado integrando la cuerda de primos que tanto jodía. Las últimas veces nos encontramos en el colectivo, rumbo al Hospital para tratarse. Sabía que se estaba muriendo pero lo llevaba con porte, con humor. Como fue siempre y cantando los versos del Sabalero “No me dejes, alegría/No te vayas, vida mía,/Que esta puta vieja y fría/Nos tumba sin avisar”.
En poco tiempo, una calle de la ciudad llevará su nombre. Carlos Ariel González Cardozo. Calle popular, oriental y con gurises, en pantalón cortito dándole a las cometas.