Señor director:
El amor no es lo que se piensa sino lo que se siente. Básicamente es un estado de ánimo afectivo que implica empatía, admiración y entrega entre personas que se sienten atraídas mutuamente en virtud de una misteriosa sincronía que las hacen sentir emocionalmente irreemplazables. Desde siempre fue entendido así, pero ahora esta definición ha perdido su significado original debido a la falsa propaganda.
Amar y ser amado es una necesidad vital. El amor es la principal energía que mueve al mundo. Algunos piensan que es el dinero, pero éste no satisface plenamente las naturales expectativas del alma. De hecho, la vida no tiene sentido sin amor. Sin amor todo se complica, y la motivación de vivir decae irremediablemente. Suprimir el amor por considerarlo una debilidad sentimental, como sostiene la élite globalista, es un pretexto para convertir a las personas en robots. El amor motiva a vivir con entusiasmo, enfrenta desafíos y vence el miedo. Sin amor nada puede prosperar.
La tecnología está engrosando el lado oscuro de la humanidad. Gradualmente, la gente está creyendo que de alguna manera podrá reemplazar a Dios. La tecnología es maravillosa, pero en la proporción en que seduce desvirtúa la concepción antropológica de la vida humana, reduciéndola a una manufactura de la Inteligencia Artificial o Biología molecular. En la fase pre-robótica en que ya estamos, la concepción original del amor da risa, lo mismo que algunas ideas de los pueblos primitivos causan hilaridad por considerarlas infantiles.
Más allá de lo eficaz que resulte la tecnología de la Inteligencia Artificial para realizar estudios administrativos, pruebas psicoanalíticas, o tareas informáticas, su característica esencial es que carece de sentimiento. De hecho no tiene límites y desconoce la barrera moral, por lo que deshumaniza a las personas a medida que va siendo entronizada como sustituto.
En la era de la Biotecnología, el amor se ha convertido en un estado emocional genéticamente modificado, prácticamente anulado en la conciencia de las personas, a cambio de constancias de efectividad y precisión del razonamiento. No olvidemos que caminamos hacia la robotización parcial de la conducta humana y, en su momento, quizás a algo mucho más sofisticado.
Concluyendo: el descarte de la versión original del amor, junto al maquiavélico proceso de robotización de la humanidad, es un plan disociativo que los no globalistas detestan, pero que los impulsores del nuevo orden mundial conciben como solución ideal para evitar el sufrimiento emocional, defecto biológico según ellos, que pretenden modificar con sus retorcidos experimentos tecno-biológicos.
Lucas Santaella